Cuando vivía en New Hampshire era parte del equipo de cross country, el frío se hacía sentir. En el norte de Estados Unidos, en septiembre, ya hacía frío y era la temporada para cruzar montañas, ríos y correr al lado de las vías del tren. Recuerdo muy bien un domingo, sola, extrañando la casa, que salí a correr hacia la nada. Corrí sin parar por más de quince kilómetros, fue lo que más corrí de un jalón en mi vida; recuerdo que corrí por más de una hora sin parar. El aliento se congelaba en una sudadera especial para el invierno que me había prestado la familia con la que vivía. Corría y miraba los árboles, sentía los huesos de mi cuerpo, el sudor dentro de la ropa y la sensación de que en ese éxtasis de no poder parar había algo de muerte. El deporte a veces puede ser tan obsesivo como el sexo o la pulsión de muerte y exceso. El deporte para mí era transgresor, en un sentido, y liberador, en otro. Fue por mucho tiempo el único espacio donde podía experimentar con mi cuerpo, después vino la danza y el teatro y el caminar. Pero cuando corría frente a esos lagos y sentía también el dolor de las piernas, había algo de entender la existencia. Como si necesitáramos gastarnos; así ahora lo hago con las palabras. Gasto mi tiempo, mi vida, mis sentimientos y mi imaginación, que por alguna razón explota a la hora de pensar sobre el sudor. El sudor me recuerda a mí gastándome, pasando la vida, yendo de un lugar a otro. Y por alguna razón me lleva al norte del continente, donde he pasado algunas temporadas de mi vida. Me hace recordar también la espera. Yo sudo cuando espero. He esperado a muchos hombres en mi vida. Cuando vienen de viaje a verme. Cuando tengo que encontrarlos en los aeropuertos, cuando tengo que esperar que me llamen o que me escriban. Cuando tengo que esperar a volver a llamarlos. Salir a buscarlos por toda la ciudad. La sensación de persecución pasiva. No poder, simplemente, estar. Cuando me ha gustado mucho alguien quiero atraparlo y meterlo en una jaula para que sea mío. Entiendo por qué los hombres pueden terminar matando a una mujer. Se piensa en la violencia, pero se piensa poco en el deseo, en el sudor de intentar atrapar a una presa. Se piensa poco en el intento de control y de satisfacer las propias frustraciones. Somos seres frustrados y frustrantes, imperfectos y vacíos, banales y corporales.

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