Él me muerde, no estoy consciente, solo quiero desaparecer entre las sábanas. Él me vuelve a morder, hago algo para que deje de hacerlo. Pero no lo logro. No sé dónde estoy. No sé quién es él. Solo sé que es mexicano, que yo soy extranjera. Que estoy sola. Que he salido de nuevo hacia un bar sin saber dónde voy a dormir esa noche, pero determinada a no llegar de vuelta sola a casa. Tal vez fue en Chueca, de nuevo; tal vez fueron las ganas de ser destrozada que me llevaron a ese bar para leer poesía erótica. Mala. Pero caliente. Quizás esa forma de querer ser escuchada sea solo a través de las palabras. Como ayer, ahora. Él me sigue mordiendo. Me duele. Y me va a doler después toda la vida. El recuerdo de esa pequeña tortura sin sentido donde se mezclan el pene, la felación y la penetración, es quizás algo que uno espera como castigo. También existe la mala suerte. Como cuando el mismo señor que me escuchó en aquel bar decidió bajarme el calzón entre gente que bailaba y después llevarme a su casa y encerrarme hasta que me masturbara en su sala de estar y pudiera grabarme. No sé si la iba a vender, no sé si yo iba a salir de ahí sin pensar en mi padre muerto y mi madre llorando. Lo que sí supe después es que la inteligencia y la sangre fría, la sangre fría logró que mi cerebro trabajara bien para poder salir de ahí. Entonces la violencia no es calentura. Pero la violencia se mezcla desde lo sexual. Confundir ambas es un problema. Para las mujeres y para los hombres. No es morder lo que nos va a llevar a vivir mejor. Tampoco ponernos pinzas en las tetas o los muslos, como este fotógrafo que, según él, disfrutaba de eso. Ahora pienso que no tiene nada que ver. Ha habido chamanes que han querido encontrarme el camino. Lo que quiere decir, iniciarme. ¿En qué? Pensaba yo, no hay nada que iniciar. Cuando caminaba por Oaxaca, yo solo quería estar sola. Leer. Mirar. Respirar. No quería ninguna iniciación de nada. Entonces, claro que no me convertí en bruja, ni nada de eso. Aunque sí prendí velas por muchos años, y también sentí que me ahogaban sombras. Pero la calentura y la locura se juntan.