El destino del otro es mi destino. Recuerdo una improvisación que hice hace muchos años: cuando en la impro (así se llama a una forma de teatro cómico) yo, bien densa, me ponía en los zapatos de los que sufrían. Nunca fui buena improvisadora, por cierto. Para serlo también hay que tener panza. Agallas. Pasión por ser mirado y mucha labia. De esa que es rápida y oral. De esa que cuenta chistes y parece no importarle nada. Pero algunos tenemos las palabras escritas. Tenemos los espacios vacíos, tenemos los borradores de palabras y los sufrimientos internos. Los pensamientos que van sin destino./