El éxtasis es una droga que probé en Barcelona, donde la reacción fue la de aventarse al mar un día después. Pero el sexo que esa noche tuve con un hombre que tenía novia, aunque había ido a su casa por el deseo de quién sabe qué, no lo puedo olvidar nunca. Porque en el sexo no hay moral. No hay nada más que un cuerpo siendo penetrado por otro, y dentro de esos fluidos suceden muchas cosas —pero también nada sucede—. En un momento el éxtasis se pierde, se diluye, la química del cuerpo cambia, los deseos cambian. El vacío se hace presente y lo único que uno quiere es dejar de tener sexo. Meditar. Sangrar, menstruar en soledad. Masturbarse. Producir los propios fluidos. Modificar el tiempo. Crear imágenes en la cabeza. Disfrutar al propio ritmo. Oler únicamente el propio fluido. Dormirse con él. Sonreír. Sentir los pezones ponerse duros sin que nadie los toque. Curvar la espalda. Sentir las vértebras estirarse al ritmo del orgasmo sin sentir la mirada del otro. Un éxtasis de la soledad. Como la escritura. Como las palabras. Como escuchar música mientras los demás están fuera. Como caminar por las calles empedradas o leer un libro en una cafetería mientras el café se enfría. O acostarse en la cama y mirar el techo. Un éxtasis de la soledad que quizá sea más sano que el compartir todo el tiempo el cuerpo con los demás. Las palabras con los demás. Los pensamientos, las miradas y las culturas.